Sí, ya sé que es el título del nuevo disco de Tini. Pero también podría ser el título de ese día de septiembre en que me corté el pelo.
Mi depresión coincidió con mi menopausia, con mi separación, con que mi hija se fuera de casa a vivir sola, con la muerte de mi gato y con el deseo frustrado de vivir afuera. Ya empezaba la primavera y yo era una piltrafa por dentro. Pasaba días y días durmiendo, sin hacer nada productivo, tirada en la cama, esperando que alguien venga a salvarme. Ese 21 de septiembre no me fui de picnic al Rosedal, no. Ese día -me doy cuenta ahora- decidí que mi aspecto exterior tenía que coincidir con lo que me pasaba internamente. Y agarré una tijera.
Encerrada en mi baño “en suite”, primero me corté los mechones delanteros. Pero era un cambio muy chiquito para lo que mi cerebro necesitaba. Frenéticamente y sin pensar, empecé a cortar mechones y mechones de pelo. Me sentí hermosa, renovada, me saqué mil fotos. El corte no tenía ningún sentido… para el resto. Sólo tenía sentido para mí. Por eso después tuve que soportar interminables comentarios sobre el tema
El primer impacto fue llegar al trabajo. La peinadora me vio y me dijo: “Voy a gritar y vuelvo”. Pensé: “Ah, realmente me hice un desastre”. Pero me volví a mirar al espejo y era la imagen que yo quería. Qué subjetivo puede ser todo a veces. Por supuesto, no la dejé que me retocara y que me cortara nada, para mí el pelo estaba perfecto. Me peinó como pudo y quedé bastante bien.
A partir de salir así en la tele, comenzaron los mensajes en mis redes. Los más suaves: “¿Por qué te cortaste el pelo?” “¿Querías afearte?”. Y los más heavys: “¡Te queda horrible!” “Hay que matar a tu peluquero”. Así, durante varias semanas. Yo respondía: “¿Ustedes van por todas las peluquerías preguntándole a la gente porqué se hace cosas en la cabeza?” Finalmente, el público y mis compañeros se acostumbraron y hasta llegaron a decirme que no me recordaban con el pelo largo. Me dí cuenta en ese momento que la gente no soporta que el otro sea libre, que le chupe un huevo los estándares de belleza, que haga lo que se le canta el culo. Yo tenía el pelo lacio, largo y rubio. Correcto para mi edad y para mi trabajo como panelista. Sin embargo, esa imagen no me representaba. Estaba en un momento de cambios, pero el proceso se estaba volviendo largo y ¿qué más rápido que cortarse el pelo para ver reflejado algo de lo que te está pasando por dentro?
Yo tenía el corazón roto, una presión en el pecho como si me estuviera pisando un elefante, lloraba mucho, no tenía ganas de nada. Pero salía espléndida en televisión. Esa no era mi verdadera vida. Necesitaba dar pistas de lo que me estaba pasando. Y cortarme el pelo me hizo bien, aunque parezca una frivolidad. Me hizo acordar a esa vez, hace muchos años, en la que también hice un cambio drástico en mi cabeza para demostrar algo. Yo trabajaba en la revista Teleclic, tenía 20 años, las piernas turgentes (usaba minifalda, obvio) y el pelo bien rubio. No era Valeria Mazza, pero para el promedio estaba buena. Y tenía la sensación -muy estúpida, ahora lo pienso- de no dar aspecto de intelectual, si no más bien de la famosa “rubia tarada”. ¿Qué hice? Me teñí el pelo de color marrón. Y comencé a vestirme con pantalones anchos y remerones. Una estupidez.
Yo tenía el corazón roto, una presión en el pecho como si me estuviera pisando un elefante, lloraba mucho, no tenía ganas de nada. Pero salía espléndida en televisión. Esa no era mi verdadera vida.
Pero como la imagen es todo, ahora -luego de unos meses-, cuando ya empecé a sentirme mejor, quiero de vuelta mi pelo largo. No soy fan de las extensiones así que el proceso lento es inverso: esperar que crezca. Todo es un desafío a la paciencia. Para mí, que soy ansiosa, estas cosas me enseñan mucho. Cuando me separé, quería estar bien al día siguiente. Pero me dijeron: “es tiempo”. Era la primera vez que me tocaba hacer un duelo y saber eso fue tan duro como tener que esperar nueve meses para que nazcan mis hijos. Tiempo, tiempo. “Dos años”, me dijo una amiga. “¡Menos!”, me dijo otra más optimista. Nadie sabe, yo tampoco. Mientras espero, vivo el momento, lo más difícil de todo: estar presente. Disfruto conscientemente una serie, una comida, un paseo, el trabajo, una cita, una llamada telefónica… Paso a paso. Es la única manera.
Ahora, mi aspecto externo y el interno coinciden totalmente. Los dos están esperando: uno que crezca el pelo y el otro, que se cure el alma. A diez meses de la hecatombe, puedo entenderlo. Pero al principio, fue una bomba explotando en mi cerebro. Y es verdad: es tiempo. No voy a ser Rapunzel mañana; ni la Mujer Maravilla, pasado. Pero seguro lo logre en unos meses, en unos años, no importa. El pelo va a crecer, el alma va a sanar. Eso espero.
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La gente opina porque no contestamos con la vehemencia y la crueldad simétrica a sus opiniones, son catadores de vidas ajenas, someliers de decisiones, harta de escuchar críticas de estética, trabajo, ocio.
Creo que tenemos que hacer realmente lo que se nos canta y dar batalla y responder con ironía, la misma japutez que manejan ellos.
Aprendí a dar las respuestas más espeluznantes que existen, para incomodar, para que el otro no me joda y si me jode, se va a sentir incómodo por mi respuesta.
Estas divina, más fresca, seguro ese pelo largo representaba mucha carga, vas a sanar, y tal vez no quieras el pelo largo, y si lo tenes largo nunca falta el que dice que después de los 45 es ridículo, entonces.....a ser libres!
Dicen que la ansiedad es exceso de futuro. A veces ser consciente de que el presente es lo más importante que tenemos, da vida.
Y el pelo te queda hermoso inclusive aunque te lo rapes. La energía que uno irradia es lo que cuenta y la tuya es muy linda. ✨
Las redes son un espejo. Hay gente que ve a alguien y lo critica porque si hace sentir peor al otro, se siente que es superior.
En vez de pensar:
“OK, si me da envidia entonces es porque me gustaría hacer/tener lo mismo que esta persona. Voy a trabajar para ello”,
piensan: “no puede ser mejor que lo que tengo yo. Algo feo, algo malo tiene que tener”.